Wednesday, November 26, 2008

"La bella anarquista" VI

Lo dijo con una expresión seductora y juguetona. Ese “vecinita” era deliberado pero no quitaba ni un ápice de su gracia. Sin embargo, su mirada seguía igual, fría y calculadora. Mario quedó totalmente desconcertado, intento rehacerse y corresponder con una estúpida sonrisa, e iniciar su camino para el encuentro con Jean.

Durante la cena Mario estuvo ausente e intentando concentrarse en las lamentaciones de Jean, que versaban sobre alguna visita sorpresa de la insoportable suegra y el consecuente caos. Pero Mario no podía de dejar de pensar en ella, era su vecina, la que le machacaba con el segundo movimiento de la maldita sinfonía, la que producía ese chasquido seco y afilado, la que seguía con una exactitud y rigor exagerado ese proceso.

- Mario, estás bien? No me has dicho nada. Ni siquiera me has recriminado ni una sola vez con lo calzonazos que soy y demás. Me preocupas. Es como si hubieras visto al diablo.
- Si, perdona. Simplemente me ha pasado algo un poco extraño y me ha perturbado más de lo esperado. Además este calor me está matando. Pero terminemos la botella que por cierto está deliciosa y vamos a tomarnos unas copas y olvidar nuestras infelicidades, sobre todo tú, que lo tienes peor. Estás casado.

Jean sonrió al comprobar que su amigo recuperaba el humor. Terminaron como siempre, Jean totalmente ebrio y exaltando la amistad de Mario mientras él, no tan afectado intentaba reconducir a Jean hasta su domicilio y compadeciéndose de él sabiendo que mañana además de la horrorosa resaca garrafona de los bares de Madrid tendría que sufrir un castigo verbal por parte de su esposa.

El resto de la semana resultó más agitada de lo normal. Mario tuvo que estar presente en más actos de los previamente programados y aunque las horas extras estaban excelentemente pagadas le impedía verificar si su vecina seguía con el insidioso proceso. Era curioso ni recordaba el tiempo que llevaba escuchando ese martirio y ahora que quería más que nada escucharlo le era vetado. Pero el martes tenía la tarde libre, así que podía dedicarse a escuchar y a planear como poder abordar el piso de ella y desvelar el misterio. Estuvo pensando en varias estrategias, la que más peso tenía era subir con la excusa de querer cambiar la cita ante un acto imprevisto. Pero había un riesgo, que ella lo tomase como una ofensa y lo pospusiese hasta dejarlo en el olvido. Y no quería perder la oportunidad de cenar con ella, le apetecía enormemente, era tan bella y atractiva. Hacía mucho tiempo que no tenía una cita con una mujer tan espectacular. Otra alternativa era subir con la excusa de haber olvidado algo inútil en la tienda, pero era tan patética que no se atrevía ni a considerarla. Al final, con su pereza resolvió que el jueves por la noche durante la cena averiguaría lo máximo posible para desvelar la intriga que le comía por dentro.

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