Mario sospechó, intentó recordar donde había dejado su libro de Conrad, si lo había dejado a la vista para que ella lo utilizase como una pieza más de su juego. Mario se preguntaba si ella seguía jugando con él o era sinceridad.
- No sé si lo sabías o estás fingiendo casualidad pero Conrad es uno de mis favoritos. De hecho, cuando leí “The secret agent” en mi juventud estuve tentado en convertirme en un terrorista anarquista y sembrar el caos, pero me limité a robar en algunas iglesias y hacer pintadas subversivas como “El Papa tiene SIDA” o “La madre Teresa de Calcuta es una guarra es una puta”, ya sabes, chiquilladas.
- No lo sabía. Y estoy siendo tan honesta que apenas me reconozco, de verdad.
Insistió con la mirada evitando cualquier sombra de duda. Mario no sabiendo el motivo le creyó, y seguía tan bella como al principio de la noche.
- Elsa, voy a la cocina a por un poco de té helado. Me refresca y no dormiré de todos modos. Quieres uno?. Es muy bueno, es una mezcla de tes chinos.
- Sí, gracias. Me encantaría.
Mario fue despacio y reflexivo hacia la cocina. Todas las preguntas se atropellaban en su cabeza, con quién estaba? que había aclarado de ella? por qué se sentía tan atraído? Quién era ella? Quién era él?. Pero no podía pensar con claridad y tampoco le apetecía pensar. Había llegado hace tiempo a la conclusión que siempre que intentaba razonar y pensar sobre sus mujeres la terminaba cagando y cometiendo un error irreparable. Así que decidió no pensar, era hombre y la naturaleza le había otorgado ese don, el de parar su actividad cerebral por períodos prolongados sin sentir remordimientos. Volvió a la terraza, y Elsa estaba de pie desnuda, con la mitad de su esbelto cuerpo alumbrado por uno de esos horrorosos faros madrileños. Había dejado puesto su gracioso collar de bolitas rojas.
- Vaya, parece que vamos a necesitar más té helado.
Ella sonrió y se abrazó a él como una anaconda, Mario podía sentir sus poderosos brazos sobre su cuello, sentía una ligera presión que le indicaba que su vida colgaba de un pequeño impulso que interrumpiría su respiración y asfixiarle. Le excitaba que su vida estuviese imaginariamente en peligro con ella, que ella tuviese la decisión final de seguir viviendo o no. Pensó en la muerte, si le importaría morir, si sería echado de menos, y le intranquilizó pensar que no le importaba demasiado morir en los brazos de ella. A continuación ella acercó los labios y susurró.
- Ya sabes, tú y yo, de todo, menos amigos.