Saturday, November 29, 2008

"La bella anarquista" VII


Tanto el miércoles como el jueves por la mañana fueron días pesadísimos de trabajo y acompañados de un calor sofocante que hacía más duro todo. El jueves por la tarde Mario durmió profundamente, ni siquiera sabía con certeza si había oído la sinfonía y su posterior chasquido, o si lo había soñado, no importaba demasiado, era tarde y debía dar celeridad a sus movimientos si quería estar listo para la velada. Mientras se duchaba y demás preparativos pensaba aliviado que no tendría que ir al concierto del día siguiente en el Auditorio, le encantaba la música pero cuando tenía que hacerlo por trabajo la detestaba y era un castigo infinito. Cuando era así, que tenía que acudir por obligación, ni siquiera miraba el programa de las obras que serían interpretadas pese a que se lo mandaban puntualmente. Sorprendentemente estaba preparado antes de lo previsto, así que se sirvió una copa y continuó con su libro, en el cuál estaba sumergido. Era la única obra de Conrad que le faltaba por leer, “The Heart of the Darkness”, luego alquilaría “Apocalipsis Now” para completar su formación conradiana.

Eran las diez y cuarto y no había noticias de la misteriosa aficionada al segundo movimiento de la sinfonía número dos de Tchaikovsky, él había terminado su copa y juzgaba imprudente tomar una segunda solo. Un ligero golpeteo en la puerta interrumpió sus diatribas alcohólicas, los golpeteos eran suaves pero firmes a la vez. Sin duda era ella. Abrió la puerta y allí estaba ella, radiante y bella. El vestido se ajustaba a su helénico cuerpo, era un elegante vestido negro ajustado en la parte de arriba con un generoso escote sin llegar a la vulgaridad y suelto en la parte de abajo y con la altura justa para ver sus perfiladas rodillas, dejando entrever que sus piernas serían igual de armoniosas que el resto. Llevaba unas graciosas sandalias que le daban un aire informal sin perder su elegancia. Como ornamento llevaba un simple collar de divertidas bolitas rojas que resaltaban sobre su bronceado pecho y que hacían juego con un cinturón rojo del mismo rojo, el rojo sobre el negro le sentaba muy bien. Estaba ligeramente maquillada pero sin estridencias, lo justo para que un hombre dudase si estaba maquillada o no. Su pelo castaño parecía deliberadamente desordenado pero brillaba con fuerza. Estaba imponente.

- Disculpa mi retraso. Ya sabes, los ingleses dicen que es un síntoma de elegancia llegar tarde.
- No pasa nada. Acabo de terminar mi copa y me encanta esperar. Estás radiante. Por cierto, mi nombre es Mario, y antes de que sigamos con los preliminares te haré pasar y tomar una copa.

Mario lo dijo resuelto y sin disimular su asombro y admiración por el físico y el atractivo de su acompañante para la noche.

- Me parece una excelente idea. Yo me llamo Elsa, es un nombre que odio pero en Suecia era muy común cuando yo nací.

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